En la casa de la calle Polanco número 7, Manuel Herrera contemplaba la lluvia golpear contra los cristales mientras sostenía entre sus dedos temblorosos la fotografía de Elena. Habían pasado exactamente tres meses desde que la encontraron en el fondo del barranco del tuerto, con el cuerpo quebrado como una muñeca abandonada y los ojos abiertos mirando al cielo estrellado.
El informe forense había determinado: caída accidental. Pero Manuel sabía que Elena jamás habría salido a caminar sola por ese sendero de noche. Odiaba la oscuridad. La temía desde niña.
"Las sombras siempre esconden algo que no queremos ver", solía decirle.
Los vecinos del pueblo murmuraban cuando lo veían pasar. El viudo inconsolable. El profesor de literatura que ahora solo enseñaba ausencias. Sus alumnos habían notado cómo, en mitad de una explicación sobre García Márquez o Borges, se quedaba mirando por la ventana, perdido en un punto invisible del horizonte.
—El señor Herrera ya no está aquí —comentaban entre ellos—. Se fue con ella.
Pero lo que nadie sospechaba es que Manuel tenía un secreto. Un motivo diferente para su dolor, más profundo que la pérdida misma.
Aquella tarde, mientras ordenaba los libros de Elena —una colección impecable de novelas policíacas y tratados de botánica—, encontró un pequeño cuaderno azul escondido entre dos volúmenes de una enciclopedia. La caligrafía elegante y precisa de su esposa llenaba cada página con anotaciones, fechas y nombres que no reconocía.
14 de marzo. C.S. confirmó la entrega. El sobre contiene más de lo acordado. Debemos proceder con cautela. La operación Narciso comienza en tres días.
27 de marzo. M. insiste en que hay vigilancia. No podemos arriesgarnos a un encuentro directo. El intercambio será en el punto B.
2 de abril. Las semillas llegaron correctamente. El invernadero está listo. Nadie sospecha que bajo flores inocentes crecerá nuestra venganza.
Manuel dejó caer el cuaderno, sintiendo cómo el aire abandonaba sus pulmones. ¿Quién era realmente Elena Vidal, la mujer con quien había compartido once años de su vida? ¿La botánica aficionada que cultivaba orquídeas en el invernadero del jardín y daba clases de jardinería a los niños del pueblo?
Con el corazón martilleando contra su pecho, Manuel se dirigió al invernadero. La pequeña estructura de cristal, siempre cerrada con llave desde la muerte de Elena, permanecía intacta, como un santuario a su memoria. Utilizó la llave que guardaba en su escritorio, aquella que nunca se había atrevido a usar desde el funeral.
El aroma húmedo y vegetal lo envolvió al entrar. Las orquídeas de Elena seguían allí, milagrosamente vivas a pesar de los meses de abandono. Pero había algo más. En la esquina más alejada, ocultas tras una cortina de helechos, descubrió unas extrañas plantas de flores azuladas que jamás había visto.
Junto a ellas, un pequeño cofre metálico cerrado con un candado digital.
Pasó toda la noche intentando abrirlo. Probó fechas significativas: el cumpleaños de Elena, su aniversario de bodas, el día que se conocieron en aquella librería de Madrid. Nada funcionaba.
Exhausto, se desplomó en el sofá cuando el amanecer comenzaba a filtrase por las ventanas. Fue entonces cuando recordó la última frase del diario: "bajo flores inocentes crecerá nuestra venganza". Con dedos temblorosos, tecleó en el candado: 2-4-2-3-7-2 (NARCISO).
El cofre se abrió con un suave clic.
Dentro encontró una memoria usb, una pequeña pistola y un sobre con su nombre escrito con la letra de Elena. Lo abrió, conteniendo la respiración.
Querido Manuel:
Si estás leyendo esto, significa que me ha ocurrido algo. La verdad es que nunca fui quien creíste que era. Mi nombre real no es Elena Vidal. Soy —o era— una agente encubierta. Los detalles no importan ahora, pero lo que sí importa es que te he amado más de lo que jamás creí posible amar a alguien.
No fue un accidente, Manuel. Saben que descubrí su plan. Van a venir a por ti también. En la memoria está toda la información que necesitas para entender y para protegerte.
Hay algo más que debes saber: sembramos juntos una semilla que nunca te revelé. Busca en el hospital San Rafael. Habitación 307. Ella te necesita. Se llama Elisa. Tiene tus ojos y mi testarudez. Tiene tres años. La he mantenido oculta para protegerla.
Perdóname por todas mis mentiras. Excepto una: te he amado con cada átomo de mi ser.
Siempre tuya, A.
Manuel sintió que el mundo se detenía. Una hija. Tenía una hija que nunca había conocido.
Mientras intentaba procesar esta revelación, un ruido en la entrada principal lo alertó. Pasos sigilosos. Alguien estaba forzando la cerradura.
Guardó rápidamente la carta y la memoria usb en su bolsillo, tomó la pistola con manos inexpertas y se escondió tras la puerta del invernadero. A través del cristal empañado, vio tres sombras moverse por su casa con la precisión de depredadores experimentados.
Y entonces, cuando creía que su corazón no podría soportar más sorpresas, su teléfono vibró con un mensaje entrante.
Un número desconocido. Un texto breve y demoledor:
"No todos los muertos permanecen bajo tierra, cariño. Tenemos a Elisa. Ven solo. Sabes dónde encontrarnos. —E."
La pistola tembló en su mano. La inicial. La misma que firmaba la carta.
E. Elena. No A.
Y en ese instante, Manuel comprendió que el verdadero misterio apenas comenzaba.
Continuará