El Otro Sendero (Una respuesta que afina la batalla)
Hola a todos,
La respuesta a mi último artículo, "La honestidad brutal del ateísmo", ha sido increíble. He recibido mensajes, comentarios y he visto debates que me han llenado de gratitud. Pero de entre todas las respuestas, recibí una de un querido amigo —una de esas personas que uno sospecha es más sabia e inteligente que uno mismo— que me dejó sin palabras.
Su perspectiva no es una refutación a mi experiencia, sino un complemento tan profundo y necesario que sentí la obligación de compartirlo. Me recordó, con una claridad que yo no tuve, que el abismo es un camino, pero no el único. Y que hay una valentía inmensa en un sendero más silencioso.
Con su permiso, les comparto su mensaje íntegro.
Está súper bueno Rafa:
Lo leí con atención y me dejó pensando, en especial por la forma en que retratas el abismo y la oscuridad como puertas hacia una fe más auténtica. Lo reconozco: hay algo profundamente valioso en haber atravesado ese desierto. Algún dia me tenes que contar…
Pero quiero compartirte algo desde otro lugar, no como refutación, sino como complemento. Porque también existe otro camino hacia la fe —uno quizás menos dramático, pero no por eso menos verdadero—: el camino de quien la ha recibido como herencia, sí, pero que con el tiempo la ha hecho suya, entre encuentros, dudas, silencios y confirmaciones.
Mi fe no nació del vacío. Nació del contexto en el que crecí, de personas que me hablaron con cariño de Dios, de una comunidad que trataba de hacer las cosas bien. Sí, la recibí. Pero no la dejé intacta. A lo largo del tiempo, esa fe heredada pasó por momentos de distancia, por búsquedas personales, por seguir al mundo, por oraciones honestas, por heridas, por consuelos inesperados, y por certezas que no vinieron de un argumento, sino de una experiencia interior que no se puede negar.
Con los años, esa fe fue dejando de ser algo que simplemente “estaba ahí”, como un mueble más —para usar tu imagen—, y se volvió un sendero concreto. Al principio lo seguía por inercia, por costumbre. Pero con el tiempo, comencé a reconocer sus señales, su belleza, su verdad. Y llegó un momento en que, sin grandes luces ni abismos, tuve la certeza tranquila de que ese camino era verdadero. No porque me protegiera del dolor, sino porque me sostenía incluso en medio de él.
Y lo más asombroso es que, aunque haya intentos externos de desviarme de ese camino, algo más fuerte me hace mantenerme firme. No por miedo, no por presión, sino porque lo amo, porque lo conozco, porque sé que es ahí donde está el sentido. Y por eso, para mí, el olvido no es fácil. Porque la fe no es una costumbre; es una decisión renovada cada día, incluso cuando no hay emociones ni certezas claras.
Por eso, creo que también hay batallas en la fe heredada. No siempre son visibles. A veces son lentas, silenciosas, constantes. Pero también requieren valentía. Y cuando uno ha visto con claridad —aunque sea una vez— la hondura de ese camino, ya no es posible soltarlo del todo. Porque el amor por esa verdad se vuelve un ancla más fuerte que cualquier tormenta.
Leo y releo las palabras de mi amigo y solo puedo sentir gratitud. Su reflexión es el contrapunto perfecto, porque me ayuda a afinar mi punto original: mi crítica nunca fue hacia el sendero de la fe heredada, sino hacia el riesgo que este conlleva: el del creyente cómodo.
Como me comentaba otro amigo, "mucho en la vida es eso, ¿no? Si no te costó, no lo valoras".
El testimonio que acaban de leer es, precisamente, el de alguien a quien su fe sí le ha costado. Describe magistralmente su propia batalla: la lucha silenciosa y constante por hacer suyo ese camino, por no dejar que la costumbre se convierta en olvido. Su fe le ha costado perseverancia. A otros, nos ha costado la angustia del abismo.
Al final, parece que el verdadero enemigo no es el sendero que nos tocó, sino la pasividad. El riesgo de olvidar la batalla, ya sea la que se libra en el estruendo del vacío o en la quietud del corazón.
Su testimonio no invalida la experiencia del abismo; la enriquece, mostrando que toda fe auténtica, ya sea encontrada en la oscuridad o cultivada desde la infancia, es en última instancia una historia de amor y de lucha.
Gracias por tu sabiduría y tu amistad, Rolando. Será un honor tu dirección en la educación de mis hijos.