San Josemaría y el Alma del Mundo: El Legado Perenne del Santo de lo Ordinario
En el calendario litúrgico de la Iglesia, la memoria de San Josemaría Escrivá de Balaguer, cuya fiesta celebramos hoy, resplandece con una luz particular. No es la luz de un mártir de la antigüedad ni la de un doctor medieval cuyas sumas teológicas definieron épocas, sino la de un santo del siglo XX que supo recordar al mundo una verdad tan antigua como el Evangelio mismo, pero frecuentemente velada por el polvo de los siglos: la llamada universal a la santidad. Al reflexionar sobre su figura, no podemos sino admirar la Providencia Divina, que suscitó en él un carisma destinado a abonar el terreno de la Iglesia universal para los desafíos de la modernidad y del futuro.
El aporte de San Josemaría no puede ser comprendido como una novedad rupturista, sino, en la más pura línea de una hermenéutica de la continuidad —tan cara al pensamiento del llorado Pontífice Benedicto XVI—, como una restauración y una profundización de la vocación bautismal en su esencia más pura.
La Santidad en la Vida Ordinaria: Una Verdad Perenne
El núcleo del mensaje de San Josemaría es de una simplicidad desarmante y de una profundidad abisal: el trabajo, la vida familiar, las relaciones sociales, el descanso; en suma, la totalidad de la existencia humana ordinaria, es el lugar de encuentro con Dios y el camino de santificación. Antes de que el Concilio Vaticano II lo proclamase solemnemente en el capítulo V de Lumen Gentium, el fundador del Opus Dei ya predicaba incansablemente esta doctrina por todo el mundo.
Su intuición fundamental desmantelaba la antinomia artificial que se había instalado en ciertas mentalidades, por la cual la perfección cristiana parecía reservada casi en exclusiva al estado clerical o religioso. San Josemaría recordó a la Iglesia que el llamado del Señor —"Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48)— no conoce excepciones de estado o condición. El laico, inmerso en las realidades temporales, no es un cristiano de segunda categoría, sino un protagonista de la santificación del mundo desde dentro, como la levadura en la masa.
Esta visión, profundamente arraigada en la teología de la Encarnación, devuelve al trabajo humano su dignidad original. Ya no es simplemente un castigo por el pecado original o una mera necesidad para el sustento, sino que, unido a Cristo, se convierte en oración, en ofrenda, en medio de santificación personal y de apostolado. La oficina, el taller, el laboratorio o el hogar se transforman así en un altar donde se ofrece a Dios el sacrificio de una vida entregada.
El Laicado y el "Alma Sacerdotal": Claves Eclesiológicas
Consecuencia directa de lo anterior es la robusta teología del laicado que San Josemaría desarrolló. Su concepto de "alma sacerdotal" del cristiano corriente, que brota del sacerdocio común de los fieles adquirido en el Bautismo, es una clave eclesiológica de inmenso valor. No confunde, en absoluto, el sacerdocio común con el sacerdocio ministerial —distintos esencialmente y no solo en grado—, sino que dota al fiel laico de una conciencia clara de su misión corredentora.
El cristiano, en virtud de su "alma sacerdotal", está llamado a mediar, a llevar a Dios las realidades del mundo y a llevar Dios a sus colegas y amigos. Transforma su quehacer profesional en una liturgia secular, santificando el mundo desde sus mismas entrañas. Esta perspectiva es un poderoso antídoto contra dos tentaciones recurrentes: la clericalización del laico, que le hace abandonar sus deberes seculares para imitar las funciones del clero; y el secularismo interno, que le lleva a vivir una esquizofrénica doble vida, una de piedad privada y otra profesional, completamente ajena a su fe.
En este sentido, el pensamiento de San Josemaría se alinea con la mejor teología del siglo XX, que, como bien supo ver Joseph Ratzinger, buscaba superar las dicotomías para redescubrir la unidad de la acción de Dios en la historia. La fe no es un añadido extrínseco a la vida, sino su alma y su fundamento.
Amor al Mundo y Sancta Saecularitas
Finalmente, San Josemaría legó a la Iglesia una correcta comprensión de la secularidad cristiana. Su célebre expresión "amar al mundo apasionadamente" no es una concesión al mundanismo, sino una afirmación audaz del valor de la Creación como obra de Dios. Es un amor que, precisamente por ser sobrenatural, busca purificar, elevar y redimir las realidades terrenas.
Este "amor al mundo" se traduce en una sancta saecularitas, una santa secularidad, que huye tanto del espiritualismo desencarnado que desprecia la materia, como del materialismo que niega la trascendencia. El cristiano que vive este espíritu no huye del mundo, sino que se sumerge en él para ser sal y luz, para ordenar las realidades temporales según el Corazón de Dios.
Conclusión: Un Legado para el Siglo XXI
El legado de San Josemaría Escrivá es un tesoro para la Iglesia de nuestro tiempo. En una era de confusión, donde a menudo se presentan como opuestos la fe y la vida, la Tradición y el progreso, su mensaje resuena como una llamada a la síntesis vital del Evangelio. Nos enseñó que no hay contradicción entre la contemplación más profunda y el trabajo más absorbente.
Su obra no fue la de un innovador que rompe con el pasado, sino la de un fiel custodio y transmisor de la Tradición que supo aplicarla con genialidad a las circunstancias del mundo moderno. San Josemaría abonó el campo de la Iglesia recordándole que cada bautizado está llamado a la cumbre de la caridad, no a pesar de sus circunstancias ordinarias, sino precisamente a través de ellas.
En su fiesta, pidamos su intercesión para que todos los fieles, especialmente los laicos, descubran la grandeza de su vocación y asuman con gozo y responsabilidad su misión de santificar el mundo desde dentro, para la mayor gloria de Dios.
San Josemaría Escrivá, ora pro nobis.